Voy a retomar la sana costumbre de buscar tiempo para mí y escribir sobre
mis viajes, que son tantos. No siempre son tan exóticos como en otros tiempos,
pero, en realidad, para los que somos viajeros, lo importante siempre está en el
trayecto y su solemne preparación: guías, artículos, blogueros, webs de turismo,
entre otras muchas más fuentes. Y, tal y como me enseñó Paco Nadal, lo
importante para luego escribir un viaje es observar, transmitir y emocionar.
Así que, hoy, estoy pasando el día de Navidad viajando en barco, un trayecto
de 16 horas que me da mucho tiempo para observar. Estoy en el Ferry Barcelona-Savona
que opera la Grimaldi Lines en días tan poco concurridos como la noche
del 24 al 25 diciembre, comida del 25 incluida. Es de esperar que haya poca
gente, y la hay, pero esto me da más espacio para poder integrarme en lo que me
rodea y que es fascinante: el trayecto realmente parte de Tánger y, por tanto, la
mayoría de los pasajeros son familias marroquíes que van hacia España o Italia.
No es la primera vez que hago este trayecto y debo confesar que la vez anterior
me impactó mucho estar en un barco repleto de familias marroquíes
que regresaban a ver a sus familias en las vacaciones de Navidad. El ambiente
me transportó, y también hora, a Fez, al olor del té a la menta y aquellos
desayunos interminables (y riquísimos) en Ifrane. Aquellos años en Marruecos fueron muy especiales y los echo de menos.
En su sana costumbre, que nosotros hemos rotundamente perdido, de estar
siempre en grupo, pasear, interactuar, dejar a los niños y niñas sueltos que
corran por los pasillos del barco, estas familias dan vida a este barco viejo,
venido de Grecia, y en un día tan señalado. Wolf, mi perro, observa a los críos
que van de un lado a otro libres y sorprendidos de tanto mar.
Otro detalle, que esta vez me saca mentalmente de Marruecos para llevarme a
Asia Central, es la costumbre de ir en pijama en público para desayunar, y sin
importarles lo más mínimo. Mientras tomamos nuestro té, desfilan hombres (no he
visto ninguna mujer) en pijama, cubiertos por su abrigo, y calzados con
babuchas o chanclas. Recuerdo cómo se enfadan en los hoteles en Barcelona
cuando los centroasiáticos que participaban en mis proyectos bajaban a
desayunar en pijama y chanclas. Y recuerdo a mi querido Carlos, que en paz
descanse, el día que me llamó a las siete de la mañana, desde el Hotel Bonanova
Park, espantado porque habían bajado todos así a desayunar, y que si yo podía
intermediar.
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