martes, 22 de agosto de 2017

10 cosas que volveré a hacer cuando regrese a la isla de Gotland

Desconocida para muchos, Gotland es un trocito de Suecia en medio del mar Báltico con personalidad propia. Llanuras verdes habitadas por una raza autóctona de ovejas negras, de cuernos rizados y muy amistosas, acantilados que han desprendido rocas (Raukas) e islotes, y una gente muy acogedora y con ganas de conversar, son algunos de los rasgos de identidad que más me han sorprendido de la famosa isla de Pippi Langstrump.


Acabar un viaje y desear volver es tener un horizonte en el camino. Así que, además de tener ya la lista de lo que no he podido ver, quiero recordar lo que sí volveré a hacer cuando vuelva a Gotland:


  1. Volver a ver tantas veces como pueda la puesta de sol en las Raukas de Gamla Hamn. No tengo palabras para tanta belleza…
  2. Recorrer la muralla de Visby por la calle que la bordea con esas casas de colores que en una próxima visita pienso alquilar. El recorrido no es más de una hora y realmente parece que estés en la serie de Pippi Langstrump.
  3. Disfrutar de la antigua vía de ferrocarril de Hesselby a Roma, con sus antiguos trabajadores escenificando cómo era su día a día.
  4. Visitar las iglesias, todas y cada una de ellas son bellísimas. Pasear por los cementerios que las rodean y observar como los respetan, cuidan y plantan flores a sus seres queridos.
  5. Degustar el Saffranspannkaka, pastel de arroz, azafrán y almendras con mermelada de cualquier fruto del bosque sueco.
  6. Desayunar y merendar Krauken de miles de sabores y combinaciones, y visitar la tienda delicatessen que hay en el centro de Visby.
  7. Perderme entre las callejuelas de Visby y descubrir una joyería de fósiles de la isla, cuya la propietaria y artista nos cuenta dónde ver playas repletas de fósiles que se pueden recoger.
  8. Pasear por el poblado de pescadores antiguo de Kovik, cuyos habitantes actuales, las vacas, custodian una de las iglesias más bonitas y sorprendentes de la isla; bonita por su sencillez y sorprendente porque el altar lo protagoniza un ancla gigante.
  9. Dejarse llevar por todas las carreteras de la isla de Farö que tanto enamoró a Ingmar Bergman y volver a los poblados de pescadores tan auténticos.
  10. Fotografiar cada rincón de la isla y ¡escribirlo para que otros lo puedan disfrutar!


martes, 15 de agosto de 2017

Laguardia: entre murallas y viñedos


Hay pueblos españoles que merecen siempre un desvío de la autopista, aunque sea para tomar un café y dar un breve pero intenso paseo cultural por su casco medieval. Y uno de esos pueblos es Laguardia, en Álava, una villa que esconde castillos, tesoros y leyendas de nobles y reinas.



Desde el Castillo El Collado en el que nos alejamos, descubrimos un torreón que nos ofrece unas vistas espectaculares a los viñedos, bodegas y lagunas que rodean la villa y que son un manto de un verde intenso en esta época del año pues la vid está a punto de recolección. Me imagino cómo será en unas semanas con el ajetreo y la emoción de la recolección y que, probablemente, sea la principal actividad de la villa una vez el turismo de verano decaiga. El torreón en sí es un pequeño museo-homenaje al vino con muestras de botellas de diferentes zonas vitícolas europeas. 



De paseo entre murallas, es primera hora de la mañana y la villa empieza a despertar con sus bares y algunas tiendas repletas de vinos, pan de vino, queso, longanizas y tantos delicatessen propios que, como siempre, son el mejor souvenir. En la tienda donde compramos un par de vinos de la bodega Medrano Irazu conocemos a una pareja del pueblo que traen un precioso border collie de un mes que se encargará de vigilar sus animales y viñas cercanas al pueblo. Por falta de tiempo no podemos ver el famoso reloj. algunas iglesias y la cueva subterránea pero como nuestro hotel es dogfriendly, podremos volver a pasar un fin de semana cultural y perruno!


Y como bienvenida y despedida, la muralla de la ciudad recuerda a todos una máxima que debería aplicarse a todas la ciudades turísticas:

"Paz a los que llegan,
Salud a los que habitan,
Felicidad a los que marchan"





martes, 8 de agosto de 2017

Mis postales antiguas del Cabo de Peñas

Hace años iba con mi familia a Asturias, a un lugar de esos que tienen una vista al Cantábrico de postal, con el Cabo de Peñas de fondo y un manto verde que te abraza, y que de adolescente no valoras. Hoy, pasados 20 años, es una de las imágenes que me dan tranquilidad y a la que recurro siempre que puedo, sin nostalgia, porque siempre estará allí con su faro, su bar que ofrece exquisitas patatas al Cabrales y sus vertiginosos acantilados.

Cruzar el túnel del Negrón entre León y Asturias es entrar en otra dimensión dejando atrás el sol y el buen tiempo y entrando en una zona de niebla espesa y casi londinense. La autovía de La Plata te lleva hasta las tres ciudades más importantes (Oviedo, Gijón y Avilés), y que forman un triángulo de unos 30 km de distancia entre ellas.

Antes de llegar a Avilés nos desviamos hacia el promontorio del Cabo de Peñas por la carretera interior, la de las aldeas de El Valle y Susacasa. El verde que nos rodea es espectacular con casas de colores y campos donde vacas mansas pastan. Vemos el faro a lo lejos y allí está, a la derecha, un banco estratégicamente colocado que recuerdo de mi adolescencia con vistas a los acantilados de Bañugues, Luanco y de Candás: otra imagen de postal.

Una vez aparcado el coche, hay que dejarse llevar por los caminos que rodean el faro, que algunos transforman en escalada, y por la perspectiva panorámica que ofrece. También vale la pena visitar el Centro de recepción de visitantes e interpretación del medio marino de Peñas.


Y cuando ya la vista esté bien nutrida, un buen descanso en bar-restaurante Cuatro Vientos, no privarse, como mínimo, de una buena sidra y de las citadas patatas al Cabrales, y crear una postal mental, sensorial y muchas digitales para el recuerdo.

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