martes, 19 de junio de 2012

De camino a Samarcanda

Tras volar toda la noche, los profesores Ismail y Adkhmadjon nos esperan en el aeropuerto de Tashkent. No tenemos ningún problema en el Passport control pero nos olvidamos de hacer el documento de entrada de la Customs por duplicado, uno para la entrada y otro para la salida. Las maletas vuelven a pasar por un metal detector, nos sellan el visado, de nuevo controlan el pasaporte y, finalmente, salimos al exterior.
Tras una valla está la gente que espera a los viajeros. Son las 08.00 y ya hay 35 grados y un sol aplastante. Nos reciben los profesores y emprendemos viaje de 3 horas y 30 minutos, 3 personas en el asiento trasero. Entre la alfombra que nos han colocado en el asiento, los 35 grados que van en aumento, la falta de aire acondicionado y los baches de la carretera, literalmente parece que volemos!
La carretera, aún siendo de dos carriles al estilo autovía, tiene unos baches increíbles, anchos, profundos, que van acentuándose a medida que dejamos la capital. Tampoco ha perdido el valor de "encrucijada de culturas" y de la ruta de la seda por el comercio que en toda ella hay durante todo el trayecto: manzanas pequeñísimas de Samarkanda, enormes sandías y melones, miel y frutos secos, entre otros. Los puestos conviven con vacas y corderos que pastan en los arcenes de la carretera, que también sirven a los carros de caballos, mulas y burros para el transporte en ambas direcciones.
Los primeros 150 kilómetros son paisajes verdes, campos cultivados, superficies bastante llanas en las que hay pueblos con pocas casas, como aldeas. Las casas son mayoritariamente de un piso, sencillas, blancas o de color tierra, con tejados de uralita y un muro alto que las rodea. Pasados los 150 kilómetros se deja ver el desierto, ríos secos y dunas.
Cuando llegamos a Samarkanda la temperatura es de 40 grados. Nos dejan en el hotel (Majestic) para que descansemos un par de horas. No entienden que estamos tan cansadas que no podemos ni comer.
El Rector nos recibe a las 15.00 y nos agradece el viaje y la gestión del proyecto. Intercambiamos regalos: una cerámica que es un taxi de Barcelona por unos bolsos y pañuelos uzbekos de seda y nos emplazan a la primera cena, en la sala de un típico restaurante soviet con la mesa repleta de ensaladas, hierbas, smetana (queso-nata), zumo de sandía, kebab, borsch (sopa). No puedo recordar la cantidad de toasts (brindis) que hemos llegado a hacer!