A los pies de la Montaigne Noire, se esconde un
pueblo de película, en la zona del Haut-Languedoc, en el que las casas con
ventanas y puertas de colores y/o fachadas de colores se sustentan de
travesaños que las convierten en irregulares y diferentes.
Una enorme abadía benedictina del siglo VIII preside Sorèze. Ahora
convertida en escuela-museo, fue destruida varias veces, pero renació en el
siglo XVII al ser convertida en Escuela Real Militar hasta la revolución
francesa. La flanquea la torre de San Martín que da paso a las calles
principales de un pueblo totalmente fotogénico. Casa tras casa, color tras
color, las calles estrechas compiten en vigas de madera en sus fachadas que
contrastan con colores, ventanas, puertas, flores y un sinfín de decoraciones
que ponen sus habitantes para hacerlas más bonitas aún. Hay que simplemente
dejarse llevar por las calles un buen rato y disfrutar de cada detalle.
Y nos sentamos en la plaza de Dom Devic, en el único bar-tienda abierto que
es la Epicerie Fine Central, edificio en el que hay una placa que
recuerda en nacimiento allí de Jean Mistler, político, escritor y poeta. Las
contraventanas azules y la decoración de los escaparates te invitan a entrar y
descubrir un rincón de buenos tés, confitures, limonadas artesanales y otras
delicatessen de la zona. Así que nos lanzamos a pedir un café, con el riesgo
que eso supone en Francia y, ¡sorpresa! un café excepcional. Así que a tomar
nota para la próxima.
La plaza me recuerda a la película de Ridley Scott, “Un buen año”, en la
que Marion Cotillard seduce a un Russell Crowe que hace de empedernido inglés
sin valores ni emociones. Marion trabaja en un restaurante que ocupa la plaza,
como esta pizzería, y me la imagino de noche llena de habitantes de la zona.
Una breve parada que merece regreso.
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