sábado, 17 de diciembre de 2016

En busca de Tz’u-hsi

Hay viajes que, aunque nunca los hayas incluido en la travel priority list, han estado escondidos en tus sueños de infancia por alguna razón y sabes que el día que los hagas serán un regreso al pasado. Y eso es lo que yo he emprendido esta semana, un viaje a una infancia en la que me rodeé de China, concretamente de Beijing, o Pekín en español, casi sin darme cuenta.

Desde los ocho años hasta los veinte conviví con unos maravillosos perros pequineses que, a pesar de la fama que tienen de malhumorados, fueron una de las mejores compañías como niña y posterior adolescente. La primera en llegar fue Tz’u-hsi, que mi padre bautizó con el nombre de la última Emperatriz de la dinastía Qing, pues parece ser que esta emperatriz adoraba a estos canes. Mi perrita Tz’u-hsi fue la primera de una dinastía canina de pequineses en Castelldefels, de entre los que destacó Tito, que fue el emperador canino pequinés más guapo que he visto. La dinastía canina llegó amplió sus dominios a Aragón con la princesa Gaily, nombre escocés que mi abuela aceptó y que nunca pudo pronunciar.

Mi segunda conexión con Beijing y China, en general, es el cine, cosa que no es de extrañar en mí pues en mi vida ha sido una forma de viajar a otros lugares, vidas, historias, etc. En este caso, dos películas me acompañaron en mi infancia y también, he de reconocer, de la mano de mi padre: El último emperador y El imperio del Sol. En el primer caso, me fascinó la ciudad prohibida y ese joven emperador que desbordaba una sensibilidad que iba más a allá de esos muros que he visto estos días, y en el segundo, la canción Guo-Sân que canta Christian Bale de niño a los soldados japoneses y que llevo tarareando toda mi vida. 



jueves, 18 de agosto de 2016

Antiguos senderos de la Vall d’Aran: Montgarri

Inicio con esta entrada una nueva categoría de senderismo con perros, nivel iniciación, ya que, tras ver varias películas de montañas y animales como Belle et Sebastian, y el alucinante documental del ascenso al Meru de Anker, Chin y Ozturk, he pensado que ya es hora de hacer algún viaje deportivo entre tanto desplazamiento aéreo. Y qué mejor lugar que la Vall d’Aran para comenzar el sendero.

Lo más espectacular de este recorrido no es el sendero sino el sentido que tuvo en su época. Desde el Pla de Beret salen dos caminos: uno asfaltado y otro por el que caminar.


Las guías ponen el sendero como circular, pero entonces o la ida o la vuelta la haces envuelto en el polvo que levantan los coches que pasan por la pista. Así que, lo mejor, y teniendo en cuenta que vamos con perro, es tomar el camino que va siguiendo el Noguera Pallaresa por nuestra derecha y calcular una hora y media para llegar al Santuario de Montgarri y otra hora y media para la vuelta por el mismo sendero lleno de riachuelos y pequeñas balsas de agua estupendas donde parar a escuchar el agua o tomar contacto con ella.

Tras 6 kilómetros de ida, al llegar a la cruz, se ve lo que queda de la abadía de Montgarri: la Iglesia, la Rectoria (hoy el refugio Amics de Montgarri), el cementerio, los corrales y algún otro edificio que debió ser el hostal de los atrevidos viajeros que se aventuraban a cruzar el puerto de montaña durante la época medieval. Pensar que la cripta del santuario es de 1117 estremece. En su interior, fotografías en blanco y negro de la Abadía y los pocos habitantes que llegaron a poblar Montgarri hasta 1960 que quedó desierta y, una pequeña joya epistolar: una carta de Mossèn Cinto Verdaguer sobre su paso por el Santuario en 1888 durante el Aplec que todos los años se celebra.

Hoy en día Montgarri es un lugar de descanso, buena gastronomía (con dos restaurantes de cocina Aranesa con terrazas que aceptan perros), que fomenta el contacto con la naturaleza, los paseos, los baños en el río y la vida saludable.


lunes, 18 de abril de 2016

Viajando con Roxette

Hoy, mientras viajaba en taxi desde el aeropuerto de Bucarest hacia la ciudad, he pensado en la cantidad de veces que el grupo sueco de pop Roxette me ha acompañado en mis viajes por las antiguas repúblicas soviéticas

No puedo precisar el viaje exacto ni los años (pues a algunos destinos he ido en muchas ocasiones), pero sí la reacción de todos los taxistas al ponerme a cantar cualquiera de las canciones de Roxette que sonaran en ese momento. Y es que puedo afirmar que las emisoras de radio de países como Armenia, Georgia, Kazajstán, Kirguizistán, Uzbekistán y, hasta Turkmenistán, adoran a este grupo de finales de los 80 que arrasó en Europa y que sigue siendo mítico.

Algunos recuerdos...

Bucarest
Tras una larga espera en las máquinas de los taxis, y 30 grados para una recién llegada primavera, me recoge Taxi Nord. La radio siempre está presente haciendo compañía a aquellos taxistas al ver que el pasajero no tiene intención de comunicarse. Otras veces lo hacen a propósito, claro, pero en mi caso, en cuanto les digo algo sobre el tiempo y que vengo de Barcelona, bajan la radio. Los 30 grados son demoledores. Él conduce; yo miro el paisaje. Y, casi como si fuera un aviso, suena "Sleeping in my car". El taxista da un bandazo y endereza el coche. Se estaba durmiendo....

Kazakhstán
Recuerdo un momento de enfado en que el taxista nos quiere llevar por un sitio y en mi pobre ruso le digo que la parada del tranvía no era la que él decía. Se queda pensativo, suena "It must have been love" y reconocemos que ni él ni yo sabemos dónde estamos. Acaba la canción y emprendemos el viaje.

Turkmenistán
Música persa a toda pastilla, el taxista fuma, habla cuatro palabras de inglés pero se sabe el himno del Barça y lo canta con el único hombre que viene con nosotras y que, claro está, se sienta junto al taxista porque a nosotras no nos lo permiten. De repente, suena Roxette. Ahora cantamos todos "How do you do?"


jueves, 17 de marzo de 2016

An Irish Blessing....for St. Patrick's day


A pesar de haber estado unas diez veces en Irlanda en los últimos 20 años, descubrí este texto gracias a Maureen O'Hara, que lo leyó al final de su discurso al recibir el Oscar Honorífico:

May the road rise up to meet you.
May the wind be always at your back.
May the sun shine warm upon your face;
the rains fall soft upon your fields and until we meet again,
may God hold you in the palm of His hand.



domingo, 13 de marzo de 2016

¿Visitar Formentera en invierno?

Una isla en invierno parece que no tenga ningún atractivo. Decir que vas a pasar un fin de semana a Formentera en febrero provoca reacciones del tipo – ¡pero si no habrá nadie! o ¡te pierdes las playas!, entre otros prejuicios y características del verano. Pues precisamente eso es lo que busca un viajero que visita una isla en invierno: playas limpias en las que poder ver la Posidonia oceánica y desiertas para pasear, fotografiar, admirar; gente de la zona comprando el pan, el diario o tomando una caña en Sant Francesc Xavier; los campesinos podando las viñas de la zona de la Mola; cruzarse con máximo cinco coches en la carretera que cruza la isla…. Hay tanta tranquilidad que encontrarse un bar abierto en Cala Saona y poder ver el sol ponerse en Ibiza fue algo que nunca olvidaremos.

Llegamos con el catamarán de Balearia, con la mar bien rizada, y alquilamos una moto para poder recorrer la isla cómodamente. Empezamos por Ses Illetes y sus playas, un poco de off-road para nuestra Scooter por caminos de piedra y arena, y rodeados de las salinas que hacen brillar los caminos flanqueados por muros de piedra y pinos mediterráneos con formas curiosas. Me recomiendan el Molí de la Sal que, evidentemente, está cerrado. Pero desde allí las vistas son fantásticas así que vale la pena llevarse una cervecita o un vino y organizar un picnic.
Atravesamos Es Pujols para ver la Torre de la Punta Prima, vigilante durante siglos ante diversas amenazas, y como necesitamos un café así nos vamos a Sant Francesc Xavier. Ante su imponente iglesia blanca, los niños juegan a fútbol y al escondite mientras los padres toman un aperitivo en el bar de la plaza o en el hotel Es Marès. No hay nada más abierto. Nuestro aperitivo llega sorprendentemente en Cala Saona, al descubrir un chiringuito abierto, ¡el único en toda la isla! Despedimos al sol y yo sigo empeñada en querer ir a Barbaria, necesito esa carretera, ver el faro que tengo en la memoria desde que ví la película “Lucia y el Sexo”. Aún hay luz y vamos hacia allí. La carretera, estrecha y frágil, destaca sobre el desierto que la rodea. Llegamos al Faro de noche, pero no importa. El espectáculo merece la pena...prefiero no dar más detalles y que vengáis a vivirlo. Cenamos en A mi manera, italian-style pero con vino de Formentera: Ophiusa, nº 0463 de 2013, primer nombre de la isla durante la época griega que significaba “isla de reptiles”.

Nuestro segundo día lo dedicamos a cruzar la isla, sus 18 kilómetros de longitud y destino al Faro de la Mola, habitado hasta hace poco. Subimos el único desnivel que tiene la isla hacia el Pilar de la Mola (192m), cruzando viñas, molinos, norias, aljibes e higueras ensanchadas.  Desde el puerto de Es Caló, con sus embarcaciones resguardadas bajo sus “escars” (varaderos), se ven los imponentes acantilados de la Mola, un lugar en el que quedarse a leer, dormir o, simplemente, hacer nada. Vamos a comer al restaurante Es Cap, en el que podemos probar algún plato típico como la ensala payesa con pescado seco en aceite, o un buen arroz caldoso.

No dudo que Formentera en verano tenga su encanto con sus mercadillos, chiringuitos y oferta turística, pero creo que en las otras estaciones del año la isla se deja querer de verdad.