Hace años iba con mi familia a Asturias, a un lugar de esos que tienen
una vista al Cantábrico de postal,
con el Cabo de Peñas de fondo y un
manto verde que te abraza, y que de adolescente no valoras. Hoy, pasados 20
años, es una de las imágenes que me dan tranquilidad
y a la que recurro siempre que puedo, sin nostalgia, porque siempre estará allí
con su faro, su bar que ofrece exquisitas
patatas al Cabrales y sus
vertiginosos acantilados.
Cruzar el túnel del Negrón entre
León y Asturias es entrar en otra dimensión dejando atrás el sol y el buen
tiempo y entrando en una zona de niebla espesa y casi londinense. La autovía de
La Plata te lleva hasta las tres ciudades más importantes (Oviedo, Gijón y
Avilés), y que forman un triángulo de unos 30 km de distancia entre ellas.
Antes de llegar a Avilés nos
desviamos hacia el promontorio del Cabo de Peñas
por la carretera interior, la de las aldeas de El Valle y Susacasa. El verde
que nos rodea es espectacular con casas de colores y campos donde vacas mansas pastan.
Vemos el faro a lo lejos y allí está, a la derecha, un banco estratégicamente
colocado que recuerdo de mi adolescencia con vistas a los acantilados de Bañugues,
Luanco y de Candás: otra imagen de postal.
Una vez aparcado el coche, hay
que dejarse llevar por los caminos que rodean el faro, que algunos transforman
en escalada, y por la perspectiva panorámica que ofrece. También vale la pena
visitar el Centro de recepción de visitantes e interpretación del medio
marino de Peñas.
Y cuando ya la vista esté bien
nutrida, un buen descanso en bar-restaurante Cuatro Vientos, no privarse, como
mínimo, de una buena sidra y de las citadas patatas al Cabrales, y crear una
postal mental, sensorial y muchas digitales para el recuerdo.
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