Me quedo con el cielo de Bukhara,
impresionantemente estrellado y amplio gracias a la poca iluminación del
centro, la poca altura de las casas y la enorme cantidad de madrazas y mezquitas
que contrastan en la noche.
Bukhara te traslada al siglo IX y
te permite recorrer sus últimos mil años de historia prácticamente intactos.
Desde la mezquita de la luna, que fue centro de culto zoroástrico
posteriormente prohibido por el Islam, parte una ciudad llena de calles
estrechas, callejuelas y plazas en las no hay mezquita o madraza que no
sorprenda más que la anterior.
Cualquier imagen de la ciudad se
debe ver desde diferentes perspectivas pues lo que más impresiona es el
conjunto de tantos edificios singulares, de distintas alturas, colores, formas.
Se deben disfrutar los planos generales de cualquier conjunto monumental, pero
cortar en pequeños detalles cada esquina, cada azulejo, una panorámica girando
360º sobre el eje de uno mismo, o simplemente “volver la vista atrás”.
De Bukhara me llevo también las
noches de azotea, vodka y toast con
mis amigos Abror y Shukhrat, frente a la mezquita de Lyabi House, o entre las
callejuelas de la ciudad, o la última noche en un restaurante donde van los “locales”
a comer buenos sashliks (brocheta de
carne) y samsa (empanadilla de carne)
Y, por último, con un toast que
hizo Abror recitando a Omar Khayyam!!
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