Regresar a Trieste es volver a
uno mis lugares en el mundo. Me rodean amigos, cafeterías antiguas, librerías
históricas, escritores de mi época universitaria, calles en las que circulan
canales y el mar, en definitiva, un aroma que me haría quedarme aquí a escribir
horas y horas. Paseo por sus calles, entre
austriacas y venecianas, y tengo la sensación de ver a Joyce en cada esquina,
entrando en cualquiera de los innumerables cafés que tanto frecuentaba y que
decido seguir fielmente para captar un poco de inspiración.
Antico Caffè San Marco
Entro en el Antico Caffè SanMarco y me fascino. Lo primero que me sorprende es la cantidad de perros que
hay sentados junto a sus dueños que leen el diario, un libro, escriben,
trabajan, conversan, miran, etc. La enorme cafetera de bronce ofrece la
increíble cantidad de tipos de café que hay que en Trieste y que merece un
artículo dedicado a ello. La barra, de nogal oscuro, delimita la zona de 'caffè
al banco' de las mesitas de mármol típicas de los cafés parisinos. Hay una zona
cocktail, zona repostería, libros para compartir y comprar, mesas acogedoras
para hasta ocho personas y techos con personajes del mundo del arte, el teatro
y alguno de cómics de otra época. Decido disfrutarlo y quedarme un par de horas
con un buen caffè.
Caffè Tommaseo
Sigo la ruta hacia el Caffè Tommaseo, otro emblema cafetero de la ciudad desde 1830. Conocido también por
ser el lugar donde se vendieron los primeros helados de Trieste, está lleno de
espejos y la decoración es estilo neoclásico. Durante el imperio austro-húngaro,
el café fue espacio de reunión de revolucionarios y por ello hay una placa en
la entrada que recuerda “Da questo Caffè
Tommaseo, nel 1848, centro del movimento nazionale, si diffuse la fiamma degli
entusiasmi per la libertà italiana.” También frecuentado por los conocidos
intelectuales de finales del XIX y principios del XX (Svevo, Stendhal, Joyce) es
ahora más restaurante que cafetería, aunque preserva una zona con mesas de mármol
que invita a tomar un buen prosecco.
Caffè Stella Polare
Frente al Ponte Rosso está la
estatua de James Joyce que parece mirar al Caffè Stella Polare, de 1867. Fue un espacio enorme, uno de los cafés más incónicos de la ciudad, hasta que en la segunda guerra
mundial el espacio fue tomado por las tropas anglo-americanas creando una gran sala de baile y dejando al café en
un segundo lugar y con poco espacio. Pese a estar completamente restructurado aún conserva algunos arcos de madera neoclásicos y los grandes espejos.
Caffè degli Specchi
El último café que me da tiempo a
disfrutar es el Caffè degli Specchi, en la imponente Piazza Unità d’Italia. Pido
mesa fuera porque es fin de año y me apetece ver la plaza llena de luces y la
gente que va de un lado a otro con todo tipo de abrigos, gorros, bufandas y
acompañados por sus perros. Esta vez pido un chocolate, negro y espeso, pero
antes entro a ver el interior y de nuevo estoy ante una cafetería exquisita, llena
de grandes espejos que, según leo, proyectaban mucha luz del exterior hacia el
interior cuando no existía la electricidad.
Y me dejo para la próxima vez el
Caffè Tergesteo, Caffè Cattaruzza, Antico Caffè Torinese y alguno más que
intentaré descubrir en mi próxima visita a esta ciudad de frontera tan acogedora
y en la que me siento en casa.
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