El café Gijón no es grande. Es un espacio que sigue manteniendo aquel olor y aquellos colores de principios del siglo XX. La
gente de Madrid sigue viniendo aquí tanto a tomar café por las tardes, desayunar
churros o porras con chocolate, como comerse un fantástico menú de mediodía que
vale 12,50€, y que espero no descubran los turistas.
Parece que fue ayer que tenía 20 años y cogía que el avión de Iberia a las 7:00 de la mañana, porque era el más barato venir a Madrid, a ver a mi amiga Susana y a disfrutar de aquel mundo del cine, de teatros y de cafeterías que tanto me gustaba.
Miro a mi alrededor en esta panorámica 180° que tengo y veo aquellos
cuadros antiguos que dejaron pintores de varias generaciones que venían aquí hacer sus tertulias por las tardes y por las
noches, las lámparas tradicionales que hacen el espacio muy acogedor, veo las cuatro columnas que sortean los camareros uniformados y que le dan un estilo neoclásico al espacio, y lo que más me sorprende es
el reloj de pared que tantas horas habrá dado en este siglo de vida que tiene
el Gijón y que un cuarto de ese siglo me ha pertenecido a mí.