Hacía más de 10 años que no venía
a Malta y nada más aterrizar me han
venido a la mente las historias de temibles caballeros en la bella y fortificada Valletta, la antigua ciudad de Mdina
que parece vigilar la isla a 360 grados, las aguas cristalinas de Gozo
y sus grutas, y sus campos mediterráneos circundados por muretes de piedra. En
definitiva, un país en miniatura en una isla que autosuficiente desde hace
siglos.
La primera vez que visité la isla
alquilamos un jeep de los de dos marchas, descapotable y de color naranja, que
resistió a nuestra vuelta a la isla en un día, a pesar de n su caótico tráfico,
en un día. Supongo que hoy en día sería más fácil pues un gran cambio que he
visto es la inversión en infraestructuras. Tan avanzado está que cada vez más malteses
viven en Gozo y, con un ferry y las nuevas autovías, vienen a trabajar a diario
a Valletta.
Llegar a la antigua capital de la
isla, Mdina, una noche de julio es como subir a lo alto de la torre de un
castillo donde el aire siempre te rodea y la vista te alcanza a ver el mar por
entre prácticamente todas sus almenas. Palacios aristocráticos y mucho edificio
religioso pueblan la conocida como “La ciudad del Silencio”. Pasear y buena
gastronomía es lo a invita Mdina.
De este brevísimo viaje sin rumbo turístico me llevo la calidez de mis amigos Malteses, alguno de ellos famoso por haberse presentado a Eurovisión representando la isla, la panorámica aérea de Gozo, los famosos pastici de guisantes o de ricotta, las casas blancas aglomeradas entre autovías, rotondas y desvíos, y el tan característico acento inglés de los Malteses que me de nuevo me recuerda las historias de aquellos de temibles caballeros.