Una
isla en invierno parece que no tenga ningún atractivo. Decir que
vas a pasar un fin de semana a
Formentera
en febrero provoca reacciones del tipo – ¡pero si no habrá nadie! o ¡te pierdes
las playas!, entre otros prejuicios y características del verano. Pues
precisamente eso es lo que busca un
viajero
que visita una isla en invierno:
playas
limpias en las que poder ver la Posidonia oceánica y desiertas para
pasear,
fotografiar, admirar; gente de la zona comprando el pan, el diario
o tomando una caña en Sant Francesc Xavier; los campesinos podando las viñas de
la zona de la Mola; cruzarse con máximo cinco coches en la carretera que cruza
la isla…. Hay tanta
tranquilidad que
encontrarse un bar abierto en Cala Saona y poder ver el
sol ponerse en
Ibiza fue
algo que nunca olvidaremos.
Llegamos con el catamarán de
Balearia, con la mar bien rizada, y alquilamos una moto para poder recorrer la
isla cómodamente. Empezamos por Ses Illetes y sus playas, un poco de off-road
para nuestra
Scooter por caminos de
piedra y arena, y rodeados de las salinas que hacen brillar los caminos
flanqueados por muros de piedra y pinos mediterráneos con formas curiosas. Me
recomiendan el Molí de la Sal que, evidentemente, está cerrado. Pero desde allí
las vistas son fantásticas así que vale la pena llevarse una cervecita o un
vino y organizar un picnic.
Atravesamos Es Pujols para ver la
Torre de la Punta Prima, vigilante durante siglos ante diversas amenazas, y como necesitamos
un café así nos vamos a Sant Francesc Xavier. Ante su imponente iglesia blanca,
los niños juegan a fútbol y al escondite mientras los padres toman un aperitivo
en el bar de la plaza o en el hotel Es Marès. No hay nada más abierto. Nuestro
aperitivo llega sorprendentemente en Cala Saona, al descubrir un chiringuito
abierto, ¡el único en toda la isla! Despedimos al sol y yo sigo empeñada en
querer ir a Barbaria, necesito esa carretera, ver el faro que tengo en la
memoria desde que ví la película “Lucia y el Sexo”. Aún hay luz y vamos hacia
allí. La carretera, estrecha y frágil, destaca sobre el desierto que la rodea.
Llegamos al Faro de noche, pero no importa. El espectáculo merece la pena...prefiero
no dar más detalles y que vengáis a vivirlo. Cenamos en A mi manera, italian-style pero con vino de
Formentera: Ophiusa, nº 0463 de 2013, primer nombre de la isla durante la época
griega que significaba “isla de reptiles”.
Nuestro segundo día lo dedicamos
a cruzar la isla, sus 18 kilómetros de longitud y destino al Faro de la Mola,
habitado hasta hace poco. Subimos el único desnivel que tiene la isla hacia el
Pilar de la Mola (192m), cruzando viñas, molinos, norias, aljibes e higueras
ensanchadas. Desde el puerto de Es Caló,
con sus embarcaciones resguardadas bajo sus “escars” (varaderos), se ven los
imponentes acantilados de la Mola, un lugar en el que quedarse a leer, dormir o,
simplemente, hacer nada. Vamos a comer al restaurante Es Cap, en el que podemos
probar algún plato típico como la
ensala payesa con
pescado seco en aceite, o un buen arroz caldoso.
No dudo que Formentera en verano tenga
su encanto con sus mercadillos, chiringuitos y oferta turística, pero creo que en
las otras estaciones del año la isla se deja querer de verdad.